Por Dr. Miguel A. Tenreiro

El incurable

De animales y veterinarios me han referido la siguiente historia:

El veterinario le explicó que ya era tarde, que el tumor se había extendido demasiado. No le podía sacar todo el hígado al perrito salchicha que con mirada triste temblaba sobre la camilla de acero. Lo mejor que podía hacer era esperar un tiempo mientras no sufriera, hasta que llegara el momento de sacrificarlo.

Había aprendido duramente que debía ser cuidadoso en estos casos, desde aquella vez hace muchos años, en que siendo un joven profesional había diagnosticado a la perrita mestiza de una mujer, un tumor maligno  en las glándulas mamarias con metástasis en órganos vitales.

Al principio había interpretado la negativa a sacrificarla simplemente como un excesivo apego al animal, lo que consideraba como una forma más de egoísmo. Con el tiempo, mientras seguía la evolución del caso llegó a enterarse de que la mujer padecía la misma enfermedad que su mascota.

Recordó por mucho tiempo el gesto de dolor de la mujer, cuando con frialdad había dado su diagnóstico-condena, a las dos. A las dos porque de inmediato se estableció el paralelismo entre sus destinos.

Tuvo mucho cuidado desde entonces y lo tendría también en este caso. El sabía muy bien que es muy frecuente que alguien en la familia “casualmente” padezca la misma enfermedad que la mascota. Los veterinarios ven esto a menudo. Cuando no son enfermedades contagiosas, no tiene explicación racional. Solo hay teorías sobre este tipo de hecho, teorías inquietantes que por ahora no vienen al caso.

Acordaron que le iban a hacer un tratamiento de mantenimiento para conservar cierta calidad de vida , sin medicarla con drogas que implicaran trabajo metabólico y efectos secundarios. Por supuesto le advirtió al propietario del salchicha que no podía curar la enfermedad.

Cada 4 o 5 días veía el veterinario a su paciente, al principio ni mejor ni peor , lo que ya era mucho; y 2 meses después bastante mejor, lo que era notable;  y mejor a los 3 meses; lo que era rarísimo; y mucho mejor a los 6 meses , lo que era imposible.  

Repitieron los estudios y las enzimas hepáticas estaban en niveles normales, y la clara imagen radiográfica del tumor ya no estaba, y en la ecografía  ¡ salía todo bien!

El dueño del salchicha estaba realmente contento. Había ocurrido lo imposible, el perro se había curado de un tumor, ¡de cáncer ! El veterinario no estaba tan contento, no porque hubiera sucedido lo imposible, o un milagro si se quiere. No. Se daba cuenta que había equivocado el diagnóstico. Si algo no le había faltado nunca, era autocrítica.

El análisis no alcanzaba, ni la radiografía, ni la ecogafía. Para hacer un diagnóstico inapelable  tendría que haber hecho una biopsia al perrito. Pero no quiso molestarlo, le pareció innecesario, todo concordaba.

Su experiencia lo había  traicionado. Lo iba a pagar porque en los días sucesivos se extendería la historia de la “cura del cáncer” entre familiares y amigos del dueño del salchicha, y si tenía la mala suerte de que alguno de ellos padeciera unan enfermedad de este tipo -lo que no es nada raro- podría verse en la situación de explicar  a una persona desesperada, que no era cierto, que no tenía la cura, que le creyera, que si pudiera... que... que... que...

La experiencia, su experiencia y cientos de casos parecidos. Pero no, no lo había traicionado, había usado la experiencia para lo que no era. Había sido cómodo asimilar la situación actual a muchas otras del pasado, pero el presente es la realidad y el pasado no existe. No había podido ver a su paciente sin prejuicios, como si fuera el único caso.

Todavía temblaba el viejo salchicha mientras  miraba de reojo al veterinario. Temblaría hasta que lo bajaran de la camilla. Estaba bien, cuando se diera cuenta de que se iban del consultorio comenzaría a agitar su cola  y lo vería irse a seguir con su vida monótona y perezosa. Igual de viejo que de joven.

 El veterinario estaría intranquilo unos días, esperando que no viniera nadie a pedirle nada que él no pudiera dar, porque si tenía que dar explicaciones, quizás matara alguna esperanza incipiente, y francamente era mejor quedarse chupando la bombilla solo, en silencio.

 




     

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