Cuando estábamos para mudarnos, yo estaba mal de salud,  de hecho muy mal.  Las mudanzas son engorrosas, algún estadista salió con que es la cuarta causa de estrés tóxico…  y yo odiaba ésta, dejaba atrás el enorme jardín, los guiragchuros, unos pájaros amarillos con alas de pintitas, que tenían encerrada alguna estrella en la voz. 

Cuando estábamos para mudarnos, yo estaba mal de salud,  de hecho muy mal.  Las mudanzas son engorrosas, algún estadista salió con que es la cuarta causa de estrés tóxico…  y yo odiaba ésta, dejaba atrás el enorme jardín, los guiragchuros, unos pájaros amarillos con alas de pintitas, que tenían encerrada alguna estrella en la voz. 

Una mañana de esos días agobiantes,  salí temprano como siempre a dar de comer a los perros y a cambiarles el agua y vi en el balde, una abejita aparentemente ahogada.

Como todavía estaba relativamente oscuro, asumí que habría caído allí desde el día anterior, y sentí una honda pena, y ya sabe usted Miguel, que a veces cuando uno se entristece por la abeja, el árbol o la taza, en realidad está triste por una historia mayor.

En fin, no sé qué me impulsó:  con una hebrita de hierba, la saqué del agua y la vi moverse con debilidad,  entonces a la carrera me metí en casa, saqué una gotita de miel y se la puse cerca para que la bebiera.  Ella pareció agitarse al olor de ese almíbar que era su razón de ser, pero cayó patas arriba.  La alzaba yo y caía ella.  Eso ocurrió unas cuantas veces, como si la muerte hubiese reclamado su presa sin intención de soltarla.

Yo la dejé allí, y entré con los sentimientos encontrados,  con todavía una chispa de esperanza en el corazón.    Entonces, poco a poco el sol empezó a entibiar la mañana:  las margaritas plegadas se empezaron a abrir y yo salí a ver a la abejita… y ¿qué cree?, estaba paradita, bebiendo la miel con avidez, con las alas todavía arrugaditas pero desplegadas y secándose.

La observé hasta que levantó el vuelo.  La lección obvia… no rendirse.  Estos gestos, estos esfuerzos contra toda lógica, son una facultad divina que se nos ha cedido generosamente.   El haber visto a esa abejita en cierta forma, me recordó asuntos esenciales en este "rito" si se quiere, de la supervivencia…  no solo que no hay que rendirse, pero que hay que detenerse a mirar alrededor.  Una lección tan importante como esa o más importante aún, es que en este mundo diseñado para que olvidemos al Creador, tenemos que parar y reparar en estas criaturas que lo revelan.   Sí la vida es frágil, pero al mismo tiempo  ¡cuán bella y cuán resistente!   Aquel día, no hace mucho, estaba necesitando esa lección, ese incentivo.

La abeja solo necesitaba un poco de ayuda y un poco de calor, alguien a quien le importara, pero sobre todo,  esperanza.   Y la esperanza como dice la Escritura, es el ancla del alma, lo que nos permite en medio de grandes tormentas, mantener el propósito y el norte.  No nos definen nuestras carencias ni nuestras pérdidas, sino nuestra esperanza.

Mucho más se pudiera decir sobre eso.  No esperaba que la abeja me recordara (aunque no me sorprendería) o se hiciera mi  amiga o pudiera confortarme con la nobleza con la que lo hace la mirada de Blue, mi perrita enorme.  Pero ni yo me di por vencida ni ella claudicó y a veces, cuando le queda a uno muy poco de qué agarrarse, son las cosas más frágiles en apariencia, las que hacen la diferencia entre sobrevivir o no, entre ser eficientes o no.

 

Denise Maldonado
Periodista
Quito
Ecuador

 

 

 








     

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