Por Dr. Juan J. Catalano

Weimaraner (r)

Marko , siempre se hacía la misma pregunta cuando recordaba, su pequeña aldea en los montes Cárpatos donde desde niño colaboraba con sus padres en los cultivos. El clima rudo, el deseo de tener tierra propia y una vida mejor. Recordaba ,después, Bucarest donde conoció a Irina y quiso  trabajar en aquella fábrica; la vida era mala y el Comunismo una peste que según decían debía terminar . Cuando cayó el muro de Berlín, tuvo por primera vez la certeza : había ganado la libertad y la prosperidad de la empresa privada no tardaría en llegar a Rumania  a la vez que Irina gestaba su primer niño . Pero la prosperidad ,tan anunciada y esperada, no llegó. Algunas partes de la ciudad se fueron haciendose lujosas, con autos nuevos y haburgueserías que nacían; pero la dura pobreza elemental que les permitía sobrevivir con carencias y largas colas, aún en los días mas grises y fríos del otoño , se transformó en hambre desesperada; ni las sobras de las hamburgueserías podían ya comer. No querían morir, ni el ni su esposa e hijo de miserias, abandonados en un hospital igualmente abandonado. Optaron por el exilio . Largas colas, esta vez los trajeron como a tantos tantos años antes a estos lares de América . Alguien había augurado un milagro económico.

Buenos Aires era una ciudad esperanzadora, mas grande que Bucarest ,menos gris , con rincones distintos; el antiguo San Telmo, las torres del centro, la distinción de Palermo, Recoleta y Belgrano. El mundo pobre que se escondía a sur y la extensión del subsurbio por mas de setenta kilometros por doquier; otra ciudad alrrededor de la ciudad.

Solo estaban Marko, su hijo mayor, Irina , su vientre que quería parir otra esperanza y un acordeón que sonando triste les ayudaba a alimentar la nostalgia de los cerros lejanos y combatir el olvido.

Su dignidad parecía no tener lugar en este mundo y este nuevo suelo, que de serlo tardaría mucho en transformarse en su patria.

La ciudad infinita era dura, poco cobijo les daba ni donde dormir, a veces. Alguna mano caritativa les había pintado un  carton que decía:” Soy Rumano tengo hijos, no tengo trabajo ni hogar , por favor colabore conmigo”.La rutina se repetía una y otra vez. En la calle Florida, en los semáforos ; unas pocas monedas que solo cada tanto calmaban el habre y le daban a Marko y a su familia algún cobijo. Pensaba en la muerte y en su abrupta oscuridad, esa oscuridad salvadora que no podía permitirse. Pensaba en Irina y los chicos. Vidas arrasadas por otros, lloraba, lloraba a la intemperie de la noche, era un paria de la civilización del bienestar; solo algún viejo recuerdo de su niñez menguaba, solo en parte su angustia.

La mendicidad en las zonas prósperas le daban algún mendrugo más para sus hijos. El primer tramo de la Avenida de los Incas parecía imponente, los frentes de los amplios edificios con sus grandes balcones poblados de verdes, las casonas señoriales de estilo inglés con grandes parques que sobrevivían a las construcciones en horizontal. Los empedrados  y la plazoleta en el medio con plantas, arbustos en su centro y laterales con polvo de ladrillos. Autos caros que iban y venían por una avenida que ni siquiera parecía Argentina  Marko e Irina se sentían insignificantes .¿ cual es el trayecto del hambre a esa opulencia?- se preguntaban. Aunque sea el trayecto del hambre a la vida digna.

El otoño avanzaba sobre el cielo gris y los chicos ateridos se cobijaban contra el pecho de Irina, un ligustro  bien cortado de una de las pazoletas los cobijaba un poco del frío. Marko pasaba con su cartel de cartón entre los autos cuando el semáforo se ponía en rojo. Alguna moneda y mucha solidaridad de ventanilla cerrada. Cuantos días ,meses o años hacían que estaban mendigando no lo sabían. Hacía varios años que erraban fuera de su patria , con el mundo que les daba la espalda. Avanzaba la tarde y algunos vecinos  salían a la calle enfundados en gruesas camperas de tonos oscuros, algunos paseaban a sus perros. Una pareja de retrivers Labradores trotaban por la plazoleta haciendo flamear bellamente sus flancos tostados. Un altivo galgo Afgano rubio miraba desde su distinción y un boyero de Flandes imponente y negro, tal vez único en el país los miraba desde la vereda de enfrente mientras su dueña , una niña de uniforme escolar gris y bordó , abría abría el portal de su casa, una especie de edificio de piedra con un enrredadera que cubría la totalidad de su frente. En medio de tanta aristocracia perruna, Marko, Irina y los niños pedian limosna.

- Que suerte que tienen los perros!- pensó- mientras caminaba una y otra vez entre los autos.Por alguna razón, a veces ostensible, a veces semi oculta , el inconciente mezcla ideas e imágenes.

Un maestro rural de su pueblo natal, una pequeña aldea agrícola , entretenía a los niños con las historias de sus libros . Marko era uno de esos niños rubios de piel blanca y cachetes rojizos, que rodeaban al hombre casi anciano que les contaba sus relatos, algunos clásicos como la lámpara de Aladino. A los niños labriegos  les fascinaban los cuentos de las “Mil y una noches”. Sus ostentosos castillos, sus lujos, sus placeres y su refinada crueldad. Como quisiera encontrar Marko una lámpara que lo sacara de esa vida miserable,ya de tanto dolor no sentía dolor.

La tarde caía y para guarecerse del frío Marko buscó otra mata de ligustro frente a la que estaba Irina . Añoraba su tierra y los cuentos del anciano. Un orgullos Airedale de morro lanudo, dorso negro y muslos tostados, cataba el aire para reconocer a un extraño . Al fondo del ligustro Marko vió un brillo que emitía un extraño objeto;algo así como una alargada tetera. Brillaba como un sol algo manchado de tierra. Se arrodilló, la tomó entre sus brazos y la limpió. sucedió el milagro casi como el del cuento. Un pequeño sabio al que solo él podía ver le dijo que le pidiera un deseo que se lo concedería.

- Quiero ser un perro -dijo Marko.

En la caseta del canil del criadero,  cuando  ya la madrugada le torcía el brazo a la noche y una bruma clara que subía desde el horizonte  iba cubriendo las estrellas, Agnetta Von Muller y toda su prosapia comenzaban a sentir los dolores de parto. Estaba tranquila, pero los dolores le hacían gemir. Lentamente los pequeños trozos de vida , envueltos en cápsulas de placenta, comenzaron a salir de su cuerpo. Su lengua los iba revitalizando uno a uno, cuando ya un venterinario con sus tijeras y demas instrumentos colaboraba en sacar de su cuerpo los últimos de los seis cachorros que daba a luz.

El milagro de la vida seguía fluyendo, pequeños, rosados con sus orejas y ojos cerrados al exterior en algún azul inconciente. Al fondo de la caseta que estaba en uno de los extremos del canil, la perra weimaraner de imponente presencia acerada daba de mamar a sus cachorros cuando despuntaba la mañana.Todo había ido bien en la renovación de la naturaleza manipulada.

Los días se sucedían mientras los pequeños , lentamente, iban abriendo los ojos, los oídos y poco a poco se desprendían del calor mamario; el sol entibiaba aquella primera y pequeña cuasi libertad.

La amplia alfombra verde limitada por alambrados, donde Agnetta con sus cachorros iban aventurandose junto con los demás perros del criadero. Cachorros grises plata de ojos rojizos y orejas planas , iban creciendo. El humano solo se acercaba para alimentar a la madre y vacunar a los cachorros. Así fueron pasando los días, una jornada , ya cuando iba cayendo la tarde, se presentó un matrimonio y con el criador recorrieron los caniles, donde despues de horas de ejercicios , los perros iniciaban su descanso nocturno protegidos de frio ,rocío y lluvias. Eligieron un hijo de Agnetta, un macho de un par de meses que se mostraba grande y revoltoso.

- Que hermoso perro-decía la mujer, mientras su marido sacaba del bolsillo de su pantalón de corderoy verde oscuro varios billetes de cien dólares y se los entregaba al criador.

Cuando la mujer lo tomó en brazos, lo llamó Marko, lo subió al amplio automovil azul botella y lo llevo a su hogar , un departamento coqueto y grande, en la avenida de los Incas. Las ventanas y el balcón daban a una plazoleta verde rodeada de polvo de ladrillo.

Con los días el perro fue recorriendo la casa y reconociendo sus rincones ,especialmente los del balcón . Cuando se instalaba allí veía durante horas a una mujer con dos chicos que mendigaban a los autos que paraban en los semáforos, mientras que algunos otros perros galopaban a lo largo de varias cuadras por las plazoletas.

Los juegos de Marko eran múltiples, cualquier rincón de la casa, era un sitio próspero para que sus instintos afloraran; largos paseos en jauría con el paseador, llamaban a un sentimiento de falsa libertad que le recordaba a otra ancestral.

Era el mimado de las amigas de su dueña. Una pequeña esfera de color de acero, de esfínteres cargados prestos a descargarse en cualquier rincón, no cosiderado apto por sus dueños. Sus dientes eran pequeños sables , prestos a masticar los bordes de cualquier mueble. Las pequeñas espadas crecían con su dueño inmenso de energía vital, espléndido,brillante, sus músculos tomaban una tensión que le daban al cuerpo una escultural figura, digna de exhibirse en cualquier campo como los campos que recorrían sus ancestros en busca de presas. Su cuerpo perfecto ,bruñido luchaba entre las paredes empapeladas del departamento, cayendo sobre cortinas,arrebatando mesadas, devorando zapatos y otros objetos , vaciando sus esfinteres cada vez mas grande por doquier.

- ! Perro de mierda ! -era el calificativo mas usual que comenzaban a usar los amos antes de castigarlo con un palo alargado. Igual le ponían la trailla y lo sacaban a pasear, era tan distinguido. Por las tardes o noches en las reuniones de amigos lo exhibían detrás del vidrio de la terraza. Largas horas de aburrimiento exacerbaban sus nervios en el balcón donde parecía confinado; solo podía estirar sus músculos apoyandose en las breves paredes laterales. Cuando se abría la puerta al galope estiraba sus patas , llegando hasta los estantes arrebatandoles todo cuanto los poblaba y aparecía el palo temido.

Preso de su cuello y el palo Marko seguía creciendo; era un macho enorme y brioso, un caudal de vida contenido que trataba de emanar por donde pudiera. Un día su dueño abrío , como de costumbre, la puerta del balcón y Marko se abalanzó sobre la mesa laqueada del comedor sobre ella había un pequeño plástico chato y de colores que tomo con sus dientes y lo llevó a su rincón preferido para masticarlo.

- Perro Hijo de puta, me masticaste la tarjeta de crédito- dijo el hombre y comenzó a descargar el palo sobre el perro, golpeaba, golpeaba y el perro sumiso se aplastaba contra el piso. El tiempo que no terminaba, no había sumisión que alcanzara ,el palo volvía a golpearlo una y otra vez sobre su lomo distingido, dolido y humillado. Hubo un punto máximo de miedo y dolor, un no va más, Marko, espléndido, saltó sobre su dueño y se prendió del antebrazo desgajandolo como a un fruto maduro que estallaba en rojo. El palo siguió golpeandolo bestialmente hasta que el perro, casi exausto, se echo, semidesvanecido con rastros de sangre sobre su cabeza.

- Animal de mierda me la vas a pagar- dijo el amo mientras su esposa gritaba y lo ayudaba a curase el brazo.

- Se va de acá- bramó el dueño-

- Bueno, tenés razón ya es insoportable rompe todo, después te muerde no lo podemos tener más dijo la esposa.

-Regaláselo a alguna de tus amigas- dijo el hombre.

-No como les voy a regalar un animal así, que rompe todo y es agresivo-respondió.

Su pedigree y su distinción ya no cambiarían su suerte.

-No va más . decidieron aquella noche.

La dueña subio a Marko a la parte trasera de su rural Volvo. Una angustia de muerte- que desconocía hasta ese momento- invadió al animal , en su juventud. Vital ,robusto,bruñido como una estatua plateada, se tiró al piso con sus orejas caídas y sus ojos rojos tristes. Al girar el auto por la rotonda vió por última vez mendigado a la mujer y los niños, sintió algo así como una nostalgia.

Despues de un rato llegaron a un hospital veterinario, que ya muy bien conocía. Se negó a bajar del auto pero era en vano.

- Vamos Marko- dijo su dueña y tiró arrastrando al ya pesado animal. La mujer habló con la secretaria y entró al consultorio.

- No lo puedo ver- dijo la mujer cuando el perro la miró pidiendo piedad. Entró un ayudante y sostuvo una de las patas delanteras de Marko que casi entregado intentó mover la pata en la cual se clavó el primer pinchazo, adormeciéndolo. Cayó rendido en la camilla de aluminio donde un segundo pinchazo eterniza su sueño.





     

veterinaria - homeopatía - organización ecoanimal - información general - legislación
sitios de interés - bolsa de trabajo - sorteos
contacto - login

reactorcreativo.com.ar