En ocasiones puede ser necesario plantearse la necesidad de castrar a alguna de nuestras mascotas.

En el caso de las perras esta decisión es tomada cuando no se puede controlar que la perra sea servida, generalmente si los dueños están de vacaciones o en una quinta, o si tienen un macho en la casa. Ni la perra ni sus dueños pueden afrontar la situación de  una o dos crías por año. Para la perra esto ocasionaría un gran deterioro en su estado físico, y para sus dueños además del cuidado extra de los recién nacidos y su madre, hay que agregar la posterior ubicación de los cachorros.

El mejor de los métodos es sin duda la castración quirúrgica, que consiste en la extirpación de los ovarios. Esto deja el aparato reproductivo de la hembra en un reposo permanente, el mismo estado en que se encuentra en su período de reposo sexual o anestro. Hace imposible que en la vejez del animal se presente una infección uterina (piómetra) que suele ser bastante frecuente en hembras enteras, y disminuye la probabilidad de algunos tumores hormonodependientes (de mama u ovario). Estas son suficientes razones para que ningún colega considere la alternativa de hacer una ligadura de trompas en lugar de la castración, argumentando “que así no engorda” o “que así sigue manteniendo su ciclo”. Estos dichos son falsos y carecen de practicidad.

En los machos la situación es diferente. Circunstancialmente nos han solicitado que realicemos una vasectomía (ligadura de los conductos deferentes) a su perro “para que pueda seguir disfrutando”.  Esto deja estéril al perro un tiempo después de la intervención quirúrgica, manteniendo intacta su libido (deseo sexual). En ocasiones para controlar una extrema agresividad, o prevenir cierto tipo de tumores hormonodependientes, aconsejamos la castración por razones terapéuticas.

En el caso de las gatas la situación es todavía mucho más compleja, porque los celos (épocas de receptividad sexual) son por lo general muy “escandalosos”, lo que nos garantiza varios días de gran actividad especialmente nocturna, con llantos y gritos de llamada a su galán de turno. En las ciudades, esto ocasiona una serias molestias, tanto para los dueños de los animales como para sus vecinos.

Cuando las gatas entran en época de celo, los gatos machos salen a explorar su “territorio”, constituido por los techos, terrazas, patios y jardines especialmente de nuestros vecinos, tratando de tomar contacto con la hembra que los “llama”. En ese “camino del amor” se encuentran con otros machos, produciéndose entonces verdaderas batallas, que en ocasiones llegan a costar la vida de uno o incluso los dos contendientes. El resultado de estas peleas es que cuando el gato vuelve, si es que puede, generalmente lo hace muy malherido, no solo por los dientes y garras de su rival sino, además, por las represalias de algún irritado vecino  que  ataca a los ruidosos contendientes a piedrazos o incluso con disparos de arma de fuego. Hay que sumar a esto la gran exposición a  contagiarse y contagiarnos todo tipo de enfermedades.

Por otra parte el gato macho entero, tomará la costumbre de “marcar” en algunas zonas estratégicas la casa (“su territorio”), mediante un chorro de orina en forma de spray, de olor muy intenso, que realmente torna insoportable la convivencia.

Por todo lo expuesto consideramos casi imprescindible la castración tanto en el gato como en la gata.   

Los medicamentos que se usan en los animales para evitar la preñez, no son verdaderos anticonceptivos, ya que su acción consiste en anular el celo o evitar su presentación y presentan efectos secundarios adversos a tener muy en cuenta, como son algunos tumores de mama y  la infección de útero (piómetra). Nosotros no aconsejamos usarlos por períodos muy prolongados.

En las hembras la castración  puede realizarse después de pasado el primer celo, preferentemente en el período de reposo sexual. En los machos después del sexto mes de vida.



  

 
 

     

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