Por Dr. Miguel A. Tenreiro

El gato de la bruja

De animales y veterinarios me han contado la siguiente historia:

Era una gata gris atigrada, como deben ser los gatos. O como es el pelaje dominante en la naturaleza, el de los gatos salvajes, según dicen los que saben de esto.

No tenía más remedio. Un gran tumor de mama sangraba entre las patas de atrás, y la radiografía confirmaba una metástasis desenfrenada en los campos pulmonares. Decenas de esferas blancas de distintos tamaños ocupándolo todo, llevándose por delante la vida de este animal. Destino alocado el de las células cancerosas, que al matar se suicidan.

El veterinario hubiera querido sacrificarlo, pero la dueña de la gata no quiso saber nada. Es que - le  explicó con muchas reservas al principio- esa no era una gata común. Ella trabajaba con la gata. Hacía brujerías, y la gata le ayudaba mucho, ya que tenía ciertos poderes.

El veterinario ya  había oído todo tipo de historias, y  se había acostumbrado a no tomarse nada en broma, a no demostrar asombro ante nada que viera o que le contaran en su consultorio.

Al ver que no la censuraba ni se reía de ella, la mujer le señaló que a la gata le agradaba su persona, y eso era muy importante.

Esto no era raro para él, la inmensa mayoría de los gatos se portaban bien en su consultorio y le permitían hacer una revisación clínica relativamente tranquila. A pesar que los profesionales recién recibidos les tienen un excesivo recelo, cuando adquieren experiencia llegan a preferirlos como pacientes.

En este caso en particular, el veterinario sabía que tenía que haber dolor, ahogo. Sin embargo no veía en la gata  el típico gesto del que está sufriendo en vano, como si se hubiera entregado. Hubiera querido sacrificarla pero la bruja le explicó que todavía tenían un trabajo que hacer juntas. Así que decidieron esperar, con un analgésico para pasarla un poco mejor. De todas formas, sin el acuerdo de la dueña, él no podía tomar una decisión como esta.

Se fueron, y el veterinario quedó esperando la vuelta de la mujer y su gata porque tenía la sensación de que algo había quedado sin resolver, y no era la muerte, que es lo único que siempre está resuelto de antemano.

Pasaron algunos días, y aunque él pensaba que el tiempo no existía, que era un invento nuestro para graficar cómo pasábamos nosotros, los días pasaron igual.

Estaba inquieto con esta eutanasia. Había hecho esto muchas veces, el caso era claro, no había posibilidad de error. Era ridículo estar nervioso con su experiencia en estas situaciones.

Pero había tenido malos sueños por esos días. Que la gata se reanimaba luego de sacrificarla y embolsarla; o que al hacer las maniobras en busca de la vena, el animal se resistía ferozmente mientras se meaba y se cagaba, convirtiendo lo que se suponía era una ayuda, en una lucha de inmundicias; o que mientras realizaba la eutanasia a la gata, su dueña caía muerta delante de él.

Pasaron muchos más días, pasaron algunos años. El veterinario pronto había dejado de pensar en esa gata tan especial, y por suerte no volvió a soñar con ella. Hasta que un día entró la bruja a su consultorio nuevamente, pero sin la gata. Traía un enorme gato macho, “entero” y bien jetón, como son los gatos peleadores, conquistadores de techos, terrazas y hembras. Este sí era negro, como corresponde al gato de una bruja, pero no le dijo nada.

La que habló fue la mujer.

Le contó que la gata había muerto esa misma noche, que pensaba que eso era lo único que quería el animal, morir en casa con ella. Que nunca habían podido terminar “el trabajo” que hacían juntas en esa época, y que había tenido que interrumpir varios años sus brujerías, ya que para eso le era indispensable un gato especial. No cualquier gato, sino uno que se pudiera conectar con ella, con ciertos poderes. Había tardado mucho en volver a encontrar uno así.

Y mientras contaba esto, y otras cosas, el veterinario observaba al gato, que  miraba todo con atención, y hasta era capaz de sostenerle la mirada a él, sin pensar, sin juzgar, sin pasado y sin futuro. Sólo observar. Nada más. Como todos los gatos. La mujer seguía hablando, pero el veterinario ya no escuchaba. Si él pudiera ver de esa manera, con esa inocencia, con ese silencio. Y dejar de pensar boludeces.

 



     

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